A petición-sugerencia de Broberto tipo antojo o añoranza en estas frías mañanas... Hagamos un ejercicio a la imaginación, en los tiempos sin pandemia.

Suena el despertador, lo apagas por inercia y tu cuerpo decide que aún no está listo para levantarse y comenzar con su rutina diaria. Pasan 5, 10, 15, 45 minutos, hasta que por un instinto casi milagroso te despiertas. Ya es tarde, muy tarde. Un baño de 5 minutos (o menos) con agua fría para activar de golpe todos los sentidos, te vistes a prisa y te vas. No hay tiempo para beber ni un sorbo de café, debes correr para alcanzar a llegar antes de que se venza el plazo de tolerancia, y no te quieran descontar el día por no llegar puntual.

Después de una aventura acelerada por las calles de la Ciudad de México, ya se con el trafico en tu auto o en el transporte publico, caminando aceleradamente; observas el reloj y descubres que te quedan cinco minutos antes de la hora límite. Automáticamente escuchas a tu voz interior; suena como un gruñido. Es tu estómago, te reclama algo de desayunar.

¿La opción más rica y accesible? Un “guajolocombo”: guajolota y atole para tener energía y buen humor, al fin que ya es viernes (me visualice caminando a prisa en la colonia Roma).

Un bolillo partido a la mitad y sin migajón para darle espacio a esa cápsula aperlada de maíz que en su interior contiene rellenos tan variados como la imaginación del chef (o tamalero) se lo permita. De verde, de mole, de rajas y de dulce, son los más tradicionales.

Las tortas de tamal son una bomba de energía que le aporta al cuerpo humano entre 800 y 1000 calorías (dependiendo del tamaño de esa deliciosa pieza de masa, carme y salsa) mas la bebida con la que la acompañes, ya sea un refresco o un atole.

En la Ciudad de México es un desayuno accesible a casi todos los bolsillos, ya que su costo varía de entre los 12 y los 18 pesos.

Con menos de los que cuesta un dólar, los chilangos podemos tener un alimento que llena el estómago, satisface al paladar y da la energía suficiente para que estudiantes, amas de casa, oficinistas o cualquier persona que trabaje, sin importar su profesión u oficio, rindan lo suficiente todo el día.

Todos los que viven fuera de la CDMX critican a los chilangos porque tenemos la firme creencia de que todo cabe en un bolillo, sabiéndolo acomodar. Pero tenemos una sorpresa: las guajolotas no las inventamos en la capital del país.

CUENTA LA HISTORIA...

Que en tiempos en donde el mundo estaba en guerra, era el año de 1945 y en México había escasez de café, llantas y medias, hasta ahí los efectos de la guerra.

El Tlacuache salió de "La antigua Roma" y se dirigió al callejón de "la amargura" llevaba bajo el brazo una bolsa con bolillos para compartir con la palomilla que se reunía en la plaza Garibaldi, para "darse el bajón", comer algo después de beber tanto, el tlacuache era diablero del barrio de "la Merced", y sabía que a esas horas de la tarde, cuando ya no había botana en las pulquerías, un bolillo con salsa hacia más leve la jornada, ya en el callejón se encontró con su comadre, "la guajolota" que consiguió además de la salsa que le regaló "el güero" de los tacos, unos tamales fritos bien crujientes que compró en la esquina, la palomilla era bien compartida, eso "la guajolota" lo sabía mejor que nadie, y ahí es el momento preciso, ¿cómo definir cuando la inspiración llega? el Tlacuache abrió con sus propias manos un bolillo, empujó el migajón con sus dedos para hacerle un huequito a un tamal de "la guajolota", y sin saberlo ¿Quién va a saber tanto? nació un nuevo platillo, combinación de dos alimentos, la torta de tamal.

Cuando la vendedora de tamales fritos le preguntó al Tlacuache ¿qué comes? el simplemente respondió; una guajolota, mirando de reojo a la comadre.

Es fácil imaginarse el resto de la historia, los días siguientes las "tamaleras" ya tenían a la venta "las guajolotas", en la plaza Garibaldi.

(Fuente: David Contreras By: Tlamatini Clothes / De la página @Historia, Cultura y Tradiciones de México)

EL VERDADERO ORIGEN DE LA GUAJOLOTA

Aunque las encontramos en cada esquina de todas las delegaciones y colonias, la tradición de comer pan relleno de masa y carne no se inventó en el paraíso de las tortas. De acuerdo con el historiador mexicano José N. Iturriaga, la guajolota nació en Puebla y a ellos les debemos que en la CDMX las tortas de tamal sean el desayuno predilecto de los madrugadores.

En el libro “La cultura del antojito. De tacos, tamales y tortas…”, Iturriaga explica que la original guajolota era un pan para pambazo rellena de una enchilada roja rellena de carne de puerco.

Cuando ese antojito llegó a la Ciudad de México, se hizo la adaptación a una torta de tamal, ya que el relleno del pan seguía siendo masa de maíz relleno de carne de puerco y salsa.

Actualmente es raro encontrar tamales de cerdo; el pollo se apropió de ese alimento y comienzan a ser tendencia aquellos que están rellenos de verdolagas u otros ingredientes que buscan sustituir la carne.

Sea como sea, las tortas de tamal son un alimento arraigado en nuestra cultura y la adaptación de ingredientes a las nuevas tendencias nos da esperanzas para creer que tendremos guajolotas para rato.